jueves, 22 de junio de 2017

La dictadura de la risa, segunda parte: VIOLACIÓN DE SAN FERMÍN

He dudado mucho sobre cómo titular este post.

Pensé en sustituir violación de San Fermín por violaciones en grupo, o algo así. Si bien las generalizaciones son necesarias para la lucha, (pues es difícil organizar una praxis común en torno a particularismos), también suponen cierto distanciamiento de las condiciones concretas de que se parte (un lugar, momento, nombre y apellidos), en pos de consignas generales; es decir, una racionalización que no puede evitar atenuar los fantasmas de los rostros. Al contrario, cuando particularizamos sentimos esa presencia constante: el suceso nos azota con su existencia demandando, por un lado, una delicadeza y cuidado extremos, por otro, un no dejarse llevar por el sentimentalismo (precisamente lo que la racionalización es propensa a evitar, a veces en exceso),y, por último, responder a qué nos avala para tratar un tema de esta índole siendo personas que, si no somos ajenas indirectamente (pues este tipo de delitos dan cuenta de algo colectivo), sí directamente. Muchas veces llamar a las cosas por su nombre supone elegir la vía difícil: la de mojarse, la de la incomodidad. Ésta ha sido nuestra elección, porque no vamos a tratar un conjunto de violaciones, ni siquiera vamos a hablar de violaciones. Hablaremos de un rasgo que aparece en el contexto de la violación de San Fermín, y, por eso, porque tenemos la oportunidad de no homogeneizar, (pues la trataremos como una muestra concreta de otros mecanismos), la llamaremos por su nombre, para permitir que lo que la acompaña se despliegue. Hemos elegido la incomodidad, y ésto implica dar cuenta de lo que pasa, aunque no sea agradable. A pesar de todo, creo que la dificultad tiene recompensas incalculables. Juzgad vosotros mismos.

Alguien de quien hablamos en la primera entrada de esta serie dijo en una ocasión de la diversión que observaba en su realidad (tal y como se promociona desde una lógica de obligatoriedad y formalización de la misma, esto es, desde el TENER QUE pasarlo bien de una determinada forma y el que no hacerlo así IMPLIQUE cierta valoración social negativa que nos condiciona), que ésta resulta en una "huida del último pensamiento de resistencia que esa realidad haya podido dejar aún"[1]. Puede que ahora mismo no nos interese tanto hacer una genealogía de estas palabras, (es decir, destriparnos hasta saber por qué esto tendría que ser verdad), como remitirnos a los efectos, a comprobar de qué manera, a pie de calle, la risa se ha convertido, efectivamente, en una salida estándar para comentarios de todo tipo. Veamos.

Durante la investigación de la violación de San Fermín, las conversaciones de Whatsapp del grupo de amigos de los imputados se viralizaron. Los siguientes mensajes corresponden al momento previo al viaje a Pamplona:

– Yo llevo la pistola, no quiero mamoneos. Cuando estemos borrachos se saca la pistolaComo me vea acorralado le meto un tiro en la rodilla al que sea. Jajaja
– Hay que empezar a buscar el cloroformo, los reinoles, las cuerdas… para no pillarnos los dedos porque después queremos violar todos.
– Violaría una rusa que vea despistada y palizón a un niño de 12 años inglés. 2-0 y pa casa.
jajajajajajaja
En este otro caso, se encontraron mensajes haciendo referencia a la víctima de otra violación. Tras enviar un vídeo sobre la misma, se dijo:
–  Madre mía qué le echasteis burundanga? K bueno.
– Está muerta o qué?
– Estaría en coma
– Madre mía os van a meter preso chavales jajaja. Carman ve un cuerpo humano inconsciente y ahí está el tío ya sea para robarle o para meterle mano jajaja
– Jajaja
Como no queremos caer en la crítica superficial, pues lo que fácil se escribe fácil se desmonta, hay que decir varias cosas antes de entrar al análisis. En primer lugar, en este grupo había 21 personas; estadísticamente, no me parece una locura proponer que no todas eran psicópatas incapaces de empatizar, que no todos verían, ya no divertidos, sino aceptables, los mensajes en cuestión. A su vez es importante tener en cuenta que tampoco creo que podamos valorar sus respuestas como un ejemplo de la forma de actuar media, pero sí como respuestas (me circunscribo por supuesto a la risa) que comparten o dan cuenta de ciertos rasgos extrapolables a usos hoy extendidos del reír, como ya hemos dicho. En segundo lugar, esta forma de reírse no es algo desconocido, sino algo que seguro todos nos encontramos con frecuencia: el típico comentario xenófobo de tu tío en Navidad del que te ríes para no liarla porque, o siempre eres tú la/el que la lía, o realmente crees que son minucias sin importancia o, y esto pasa mucho, te da pereza y piensas que no va a cambiar nada (lo que, según como se conteste, puede ser totalmente cierto). Nimiedad o no, el esquema formal es el mismo; no digo que los Whatsapps aquí presentes y el comentario de tu tío sean iguales, sólo digo que comparten una estructura formal que al repetirse se hace común al oído y a la cotidianidad y, como todo lo que se vuelve costumbre, es más fácilmente tolerable.

Dentro de este peligroso nivel de la costumbre, el estar todo el día con la escopeta cargada en ambientes de conversación teóricamente superficiales o festivos no ayuda a nadie (por supuesto no me refiero al caso extremo de San Fermín, como veremos, en ese caso el  uso de la risa se complica al interferir con la responsabilidad ante un delito, aquí me refiero a momentos estándar como los referidos más arriba): no es sano ni para uno mismo (y deja un tufillo de superioridad moral desde el que es difícil transmitir algo), ni pedagógico para el resto, (que solemos tener olfato para el tufillo, y pereza para la seriedad en el guateque) en la mayoría de las ocasiones. Existen herramientas para introducir debates, pero sobre eso no estamos hablando aquí, sino, repito, sobre un tipo de conversación en la que no hay disposición al mismo, como era esta conversación de Whatsapp, y como lo son tantas. Dicho todo esto, surgen preguntas fundamentales:
  • ¿Qué hay detrás de este uso de al risa que, en ocasiones, llega a resultar macabro? En primer lugar, el aparente acierto de la cita expuesta más arriba. En ella se nos habla de resistencia. Entiendo la resistencia, en este caso, como la oposición consciente a tendencias dominantes y de dominación de los sujetos que se implantan de forma subliminal y con tendencia totalizadora, es decir, que funcionan con herramientas para someter bajo sus lógicas al mayor número de individuos posible.
Como ya dijimos en esa primera entrada, reírse implica, al menos, no estar en desacuerdo con lo que se está diciendo. Entonces, si no estás de acuerdo, no te ríes: creo que a partir de aquí no es difícil llegar a situar la figura de resistencia al (hoy) temidísimo puesto de aguafiestas. Esto no es nuevo, Sócrates ya se definía a sí mismo como un moscardón que iba tocando las pelotas por Atenas para que la gente se cuestionara cosas. (Cómo acabó da cuenta de lo poco que le gusta a los poderosos que al gente se pregunte cosas y no sea un rebaño mansito). Sin embargo, si unimos esta tendencia a la resistencia que siempre ha fastidiado a las lógicas dominantes, con la cada vez mayor necesidad de ser guay y responder a esa estética de la vida loca[2], feliz y atractiva de la que se alimenta el ego contemporáneo, el reírse se hace aún más necesario como herramienta de postureo, y, por consiguiente, el no responder a esa risa te vuelve un rancio. El caso de la violación de San Fermín aquí es particular, la resistencia toma también el lugar de la supuesta responsabilidad ciudadana: la de actuar ante el conocimiento de un delito, que además aquí posee muchas implicaciones y no puede analizarse desde la mera opción de seguir el rollo (como hemos visto) y no hacerlo. Sin embargo, eso no quita que estas mecánicas que describimos dejen de operar también en ese caso, y, de hecho, si leéis los mensajes, ese clima de no romper el ambiente de colegueo creo que se palpa de forma bastante clara.
  • Como ya dijo alguien[3] hace un tiempo, hablar de cualquier cosa al final parece reducirse a hablar de las personas. Pues bien, ¿qué dice de nosotros el ser capaz de llevar la risa a estos extremos? En primer lugar, podemos proponer que muestra la brutal barrera a la hora de hacer algo que deteriore o pueda modificar nuestra vida social o imagen personal: el mantener ese grupo de amigos o ese buen rollo era más importante, en varias escalas de valores, (concretamente en las de los 16 que no fueron a Pamplona), que denunciar o poner en cuestión lo dicho en los mensajes. Esto, a su vez, se traduce por una tremenda inseguridad general tapada con un chulismo y un falserío habituales en los lugares de encuentro. Igual si tienes que darle una paliza a un niño de 12 años para afirmarte como individuo hay algún problema de seguridad de base, no sé. No estoy hablando de moralismo, sino de posibles causas.
Si hablamos de causas, queda tratar el asunto que convive al lado de esa inseguridad (que se enmarca frente al miedo a ser marginado), y este asunto es la indiferencia. La risa posee unos poderes extraordinarios. Suaviza los ambientes. Vuelve un insulto en una coña. Permite transformar un silencio incómodo en un momento amable. Pero esta capacidad de dulcificar ¿puede ser extendida injustificadamente? En este caso, así fue. La risa fue un elemento que favoreció la indiferencia. El dejarlo pasar. Seguramente, si esos mensajes no hubieran tenido respuesta, el clima de aceptación que se respira no hubiera sido el mismo.
  • Creo que podríamos definir esta risa en tres palabras: la opción fácil; aquella que no cambia nada. La amante del status quo. Nosotrxs hemos dicho que nos íbamos a decantar por lo difícil, pero también hemos comentado lo impotente de estar siempre con la escopeta cargada en estos tiempos que nos toca vivir, ¿qué opciones quedan?
Pienso en el silencio. El silencio no es como la risa, tampoco dice que no, es cierto, pero no genera un clima de acuerdo, sino, más bien, de lo contrario. Puede que, en este momento en el que hay tanta tendencia a imponerse (aún sin tener ni puta idea[4]), o no escuchar activamente, (que viene a ser algo parecido a la soberbia); en este momento en el que hay un bombardeo de palabras constante, en que se habla de dar voz a todo (herramienta que se ha vendido de forma engañosa), el silencio adquiera un nuevo interés en ciertas áreas, algo así como un arma sutil.

El silencio es callar, pero también es irse. El silencio es mostrar que no hay que estar siempre de acuerdo, dar cuenta de una divergencia con lo que se está escuchando. El silencio es crear incomodidad y que dé igual: no estás riendo lo que crees es irrespetuoso, tampoco estás dando una chapa que en tantas ocasiones es inútil. Y, lo más interesante, en este mundo en que todos hablan, en que nos exponemos constantemente por voluntad propia, el silencio te permite no dar una sola pista más allá del desacuerdo. No saben como piensas. No hay prejuicios que desde el otro incapaciten tu discurso por asociarlo a un pensamiento estereotipado u otro.

No sé si esto llegar a ser siquiera una propuesta ontológica sobre el silencio, no me importa. Pero sí me importa posibilitarlo frente a la risa fácil. Proponerlo como una vía de escape al postureo más lamentable. Establecerlo como una opción.