Y me acuerdo,
de los bares
preciosos de esa ciudad
[con ley
pero
sin ganas]
y de cómo
resignada
me hallaba casi,
en otro sitio,
asumiendo
que no los viviré nunca.
Y que nadie me preguntó
lo bonito de las luces
a través
del líquido amniótico.
El poeta favorito de Bukowski
sigue comiendo balas,
y en el útero,
prometo
que no volveré a viajar
nunca.
Nos echaron al mundo sin contemplaciones.
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