Curioso
el empañarse
de las córneas
con el cansancio del final
de un día
servido al tiempo.
Luceros en retirada
traen
una soledad
que no se conoce
en otro momento
salvo éste.
Una soledad
de las que,
sólo se sienten
sin nadie más.
Nadie más que yo,
que antes
¿dónde estaba?
Y, desde un alba ajena,
a las once de la noche
a las once de la noche
estoy conmigo
por primera vez
por primera vez
y
por vez primera,
amanezco dos veces
en un día,
preguntándome
preguntándome
cuándo he dejado
de ser.
La noche es el estado natural de la soledad. Siempre.
ResponderEliminarEsa soledad es la madre de todas las soledades.
ResponderEliminarY siempre gana.
Amanecer dos veces en un día, pero nunca en el mismo lugar.
ResponderEliminarHabrás dejado de ser, pero nunca dejado de estar. Así, hasta el final.
Un abrazo.