Y también pensaba en la culpa. En mi culpa ante querer que sólo quisieras mi roce. Que una piel pudiera ser papel de pared en una habitación que te fuera suficiente durante tres días con sus noches, sin comer ni beber y, hasta quería que te lo fuera,
sin nosotros.
Y pensaba en mis dedos, mis labios, que no siempre eran mis palabras, mis por qués y en todo lo que formaba un cariño que, desde este foco interno que ahora bambolea mi cabeza y presiona mis ojos, deseaba alumbrar costumbres. Las costumbres. No soy más que otro animal afiliado a la repetición, a la misma que crea pirámides y calendarios, a esa con la que esperé una percepción de los días, no imprescindible pero, al menos, amada.
Los leones. La siesta. La señora insatisfecha manipulando a un borracho resignado, un momento, ¿quién era el insatisfecho? El alba. La polilla enorme en la lámpara. Los sentidos; Es curioso cómo los sentidos se vengan de nosotros. La vista me hace asustarme de arañas que no andan por la mesa, sino que se mueven conmigo. Y durante el baile, caigo en el mes pasado o en la cama, y lo que ya estaba perdido vuelve a mirarme, y a reír y a cocinar y al café. Y a ser. Y a perderse, en una burla que humedece la almohada, los leones y la siesta.
Dime
entonces
entonces
qué me queda
de esta complicidad perdida.
Si preguntan, pensaba en los leones. Y no miento.
yo me quedo pensando en ellos. me resulta más fácil después de leerte. has hecho mella, y no sé como.
ResponderEliminarun beso.