lunes, 12 de septiembre de 2016

2:53



la madre que nunca fue
alimenta azaleas en el jardín
con leche que ordeña cada noche
a una vaca vieja y enferma desde hace días

la verdad de los acantilados la retiene
una meteorología cuyos nervios
vascularizan los ciclos lunares, los mismos
que acaban acompasando los úteros con sus dueñas,
y a éstas,
con su luna exacta

para no terminar de malograr paisajes cantábricos,
levanto una mano y hago que el sol pase entre mis dedos
tan riguroso como el vuelo de una avispa
y con rayos que me ciegan a voluntad
a las tres de esta madrugada impúdica

[madre, ahora sí que nadie
me dejaría imitarte]

este techo es el cielo más abierto jamás conocido,
al menos por los escarabajos,
que nos miran desde tus libros
empujando su basura por tierra satinada
entonces, acelero mi respiración,
como en una competición personal
con alguien que está lejos de aquí

amor,
los ramos de azaleas no me dejan otear el horizonte
amor,
mira con qué devoción hago girar mi bolita por la habitación,
mira cómo me he caído boca arriba y no puedo ponerme en pie

ahora el techo está a tres centímetro de mi nariz,
y el agua del norte me salpica mientras sólo espero
que la sal no marchite las flores
que tampoco brotan en mi vientre

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